Soy Graciela Volodarsky (con y griega) pero un día decidí cambiarle la i pensando que sería más fácil su lectura, aunque dudo si tuvo el resultado esperado. De todas maneras, nada cambia en mi vida ese detalle. Cuando mi abuelo llegó de Rusia en 1914, tenía apenas trece o catorce años, venía solo con un atadito de ropa y alguien que se apiadó de él durante el viaje. En la fila donde controlaban los pasaportes le pusieron el sello sobre la i y sobre la W, que después se hizo V corta. Así era entonces con los inmigrantes que bajaban de los barcos. Y yo soy parte de esa historia.
Soy oriunda de El Palomar, más específicamente de Ciudad Jardín Lomas del Palomar, así se dice. Hermoso pueblo de la Provincia de Buenos Aires, de casas bajas, calles con nombres de aviadorxs, de flores y de árboles. En los años cincuenta cuando mis padres se instalaron allí todavía no había edificios y teníamos que cruzar el campito para ir a la escuela. Mi padre, entrerriano al igual que mi madre, pero de diferentes pueblos, se habían conocido siendo estudiantes en la Universidad de Córdoba, época de la que guardaban amorosos recuerdos.
Fui a la escuela y crecí como cualquier niña de provincia pero mi infancia se vio marcada por mi ascendencia judía y porque mi padre médico militaba en el partido comunista, lo cual se tornaba molesto durante aquellos años, sobre todo en un pueblo donde la mayoría iba a misa los domingos, armaban enormes y vistosos arbolitos de Navidad y tenían apellidos que se podían pronunciar sin dificultad.
Llegada mi adolescencia empecé a cuestionar todo lo que sucedía a mi alrededor y lo invisible a los ojos, me había convertido en una persona rebelde y desconforme, soñaba vivir en una casa donde hubiera arbolito de navidad, un padre que tuviera la paciencia que tenía con los enfermos y una madre que se dedicara de lleno a nuestro cuidado, éramos tres hermanas, y por su trabajo como escribana estaba la mayoría del día escribiendo a máquina y sellando papeles. Sin embargo, reivindico el trabajo que hizo como profesional, supo ganarse un lugar de confianza y respeto en una época en que muy pocas mujeres caminaban solas y aguerridas los tribunales.
En plena adolescencia me pasaba tardes y noches enteras escuchando música de Los Beatles con tanta pasión como tiempo le había dedicado a Joan Baez y a Mercedes Sosa. La danza de la mano de María Fux, mi maestra de toda la vida, me invitaba a la búsqueda constante de nuevos sentidos y trayectos en el espacio. Por entonces comencé a cuestionarme el origen del universo, dónde empezaba y terminaba el planeta, qué era el infinito, el origen de las religiones, hacia dónde íbamos y de dónde veníamos, qué había más acá y más allá del momento presente.
Fue así como me busqué más problemas que los habituales. Mis compañeras del secundario se fueron de viaje de egresados mientras yo ingresaba a la comunidad Arco Iris, en 1969. Me volqué a la práctica de la filosofía oriental con total vehemencia ya que algunos de sus preceptos respondían a la mayoría de los interrogantes que entonces me acuciaban. A la danza se me sumó la poesía y posteriormente la música que me permitieron canalizar parte de aquel mundo que no podía entender de otra manera.
Años después me encaramé hacia lo desconocido pero muy deseado por los jóvenes de mi generación. Abandonar la nefasta vida de ciudad e ir a vivir junto a la naturaleza. Así fue como llegué a la Quebrada de Humahuaca donde fui maestra del Nivel Inicial, bibliotecaria y profesora del Nivel Terciario en la Escuela Normal de esa Localidad.
En mis horas libres hacía teatro para los niños y niñas del lugar, tenía un pequeño retablo de títeres y daba sencillas representaciones los fines de semana o para alguna festividad, así pasé recorriendo pueblos cercanos, otras veces habilité el patio de casa en el barrio San Antonio, donde vivíamos. También coordiné un grupo de teatro del cual participaron distintos integrantes de la comunidad, ensayábamos en casa o en el salón de actos de la Escuela Normal. Recuerdo que en un momento y alentada por mi maestra comencé a dar clases de danza a un reducido grupo de niñas en el saloncito de la biblioteca popular.
Me casé con un músico del lugar, Ricardo Vilca, tuvimos dos hijos, Gabriel y Hernán y vivimos imbuidos en el arte de la composición, la música, y la poesía. Comparto con él la autoría de dos temas que se han vuelto muy populares, “Guanuqueando” y “Zamba a Humahuaca”, obras que, además de contar con numerosas versiones, participaron en la musicalización de películas y documentales.
El entorno que nos rodeaba, con ideas fundamentalistas, discursos demagógicos, actitudes hipócritas y machistas provocó nuestra separación más adelante, desgastes y desavenencias personales, sumadas a mi propia inmadurez y las búsquedas interminables.
Mi regreso a Buenos Aires se adelantó a los planes previstos y con tal de no cruzarme con lo habitual de un pueblo chico, preparé la mudanza inmersa en un clima de brutal desgarro y soledad. Con la ayuda de Siempre María y unos pocos amigos organicé la mudanza sabiendo que jamás podría volver a vivir en Humahuaca, que tendría que dejar mi amada casa y toda la vida construida en ese, mi lugar en el mundo.
La Ciudad me recibió mejor de lo que había pensado, estaba necesitada de contención, afecto y personas que me ayudaran a pensar con claridad. Nos alojamos por un breve tiempo en casa de mis padres hasta conseguir trabajo, vivienda y escuela para mis hijos.
En el mientras tanto de acomodarme al nuevo lugar, nuevo trabajo, nuevo entorno, nueva casa, diferentes paisajes y obligaciones, me anoté en la Escuela de Teatro de Raúl Serrano y pasé el período más feliz de mi vida. Por fin pude disfrutar de una libertad bien merecida, el desenfado, la risa, la lucha, los abismos siempre, pero podía hablar, reír, cantar, expresarme sin tener que andar midiendo palabras, movimientos, intenciones; la postdictadura vino con un pan bajo el brazo, había mucho por hacer.
Ya en Buenos Aires y ubicada en las escuelas que me asignaron retomé un trabajo de investigación sobre la práctica del Nivel Inicial que había iniciado años atrás en Humahuaca y durante los años que siguieron continué el trabajo de campo que culminó con la publicación de un libro, Nivel Inicial, Juego Trabajo en red, que publicó Editorial La Crujía (2006) para su Colección Itinerarios.
Anteriormente, en el año 2001, publiqué Nos Otros, encuentro y desencuentro de dos culturas en el corazón de la tierra, una suma de experiencias educativas y comunitarias durante mi vida en Humahuaca, de Ediciones La Obra. Luego, en 2011 nació Tranca Balanca, poemas, coplas y relatos para los niños de mi tierra, de Ediciones Ciccus. Le siguieron Agosto en la Piel (2014) con parte de mi producción poética y La Ventana puede ser espejo, de Ediciones Cuadernos del duende, Jujuy (2018).
Estudié, además de actuación y dirección, comicidad, clown, títeres, empecé a tomar clases de canto, decidí hacer el Profesorado de Enseñanza Primaria ya que era una materia pendiente en mi vida y lo hice, con mis changos adolescentes pero sabía que iba a ser beneficioso en mi camino docente y así fue, más adelante me dio el puntaje necesario para ser directora de una escuela en un barrio pobre y marginado donde aprendí mucho de lo que soy, del pensamiento y la lucha que me impulsan en la actualidad. El regreso a Buenos Aires fue duro y desafiante pero me abrió la cabeza en muchos aspectos, me crecieron alas.
El cargo de bibliotecaria que tenía en la Escuela Normal de Humahuaca pude trasladarlo a Buenos Aires y también allí, en una escuela secundaria con una comunidad educativa necesitada de amor y de servicio, vivencié el intercambio con jóvenes provenientes de familias y entornos conflictivos, marginales, fue una experiencia definitoria, casi sanadora, era la punta del ovillo que me faltaba para sostener la diversidad como proyecto, incluyéndola en todos los órdenes de la vida.
Seguí componiendo y escribiendo en mis momentos libres, recuerdo que en una época me levantaba los sábados a las cinco de la mañana para escribir hasta que mis hijos se levantaban y ya empezaban a ocupar el pequeño espacio que teníamos para compartir las actividades diarias.
Más adelante, mucho más adelante, sentí una necesidad incontenible de dar a conocer las canciones que había compuesto a lo largo de los años lo cual se había visto postergado por una u otra razón, pero como todo en la vida, siempre hay un tiempo para cada cosa. Conocí a Germán Arriazu, excelente músico, compositor, sensible ser humano, de pronto se enganchó con mis composiciones y me acompañó en la grabación del disco, “Aires del Camino”. Hacia fines de 2014 lo presentamos en “La Paila” entrañable lugar, colmado de personas que se acercaron a compartir ese momento de tan importante concreción, por el disco, por mis canciones, por lo que significaba cerrar un círculo de etapas inconclusas.
Me faltó nombrar mi primer libro, Más Allá del Silencio, (1974) de Ismael Colombo Editor. Algunas de sus más que simples poesías fueron publicadas en antologías y revistas literarias. Fue un libro que acompañó los primeros años de mis viajes y lo que nombra son solo imágenes, intenciones de cuando el silencio lo dice todo.
Actualmente estoy grabando un podcast y un libro a la vista, “El último Carnaval” de próxima publicación. Aquí ando, revisitando el camino, cuidando los brotes, quiero vivir una patria diversa y compartida, un mundo nuevo nos espera, hacia allí vamos.
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